Hace poco recibí una invitación de Miami
Ad School Lima para desarrollar un taller sobre marca personal. Acepté
sobretodo porque me pareció divertido analizar dos temas: El primero tiene que
ver con la coyuntura actual, en donde prácticamente ya no existe el derecho a
la privacidad (no me cansaré de acusar a Warhol como el gran responsable de
este fenómeno) y el segundo tiene que ver directamente con las personas. Porque
si en teoría, para definir la personalidad de una marca hay que hacer un
trabajo introspectivo, buscar muy dentro de sus valores, llegar al fondo de su
esencia, etc. Las personas que deseen aplicar ciertas técnicas del marketing y
la publicidad para convertirse en una marca, primero deberían tener la capacidad
de conocerse muy bien a sí mismos, de abandonar la superficialidad cotidiana,
elegir la introspección, incentivar un carácter curioso y reflexivo sobre sí
mismos, etc. capacidades que se caracterizan por su escasez, no por su
abundancia. El riesgo de empezar a vender algo que no se “es”, es altísimo.
Conforme avanzaba en ese análisis sobre
la marcas y sus personalidades, había una pregunta que se iba escribiendo en mi
cabeza con cada vez más fuerza: ¿No será que hoy las marcas se están pareciendo
mucho a las personas?. Es cierto que hay muchas marcas con personalidades
diferentes y gracias a los estudios del psicólogo analítico Carl Jung sobre los
arquetipos, hoy se pueden definir con mucha más claridad, sin embargo hay también
muchas marcas que no actúan en consecuencia con lo que expresan, que dicen una
cosa y hacen otra, marcas que decepcionan a sus consumidores sin el menor
miramiento, marcas que cambian de aspecto sin importarles lo que vaya a pensar
su consumidor, marcas que cambian según el estado de ánimo de las personas que
las manejan, marcas que subestiman la inteligencia de los consumidores, etc. Si
Nietzsche hubiese sido publicista quizá no hubiese escrito “Humano, demasiado
humano” si no “Marcas humanas, demasiado humanas”
Irreverentes, conservadoras, compañeras,
consejeras, decididas, heroicas, exploradoras, divertidas, cómplices, etc. Las
marcas tienen personalidades de todo tamaño, color y sabor. Sin embargo hay
algunos rasgos de personalidad que son comunes a la gran mayoría de marcas, que
independientemente de lo que se le construya por encima, las define en su base.
Hablamos de características de personalidad que son inherentes a la mayoría
de marcas, pero que al parecer no se tienen en cuenta o se olvidan convenientemente.
Pongámoslo en la perspectiva de la gente
real. Imaginen ustedes que acaban de tener un conflicto con su pareja. Deciden
ir al centro comercial a distraerse un rato, de pronto cruzan la mirada con una
persona del sexo opuesto. No pueden dejar de mirarse. A ustedes les da mucha
curiosidad esa persona, porque además se ve interesante. Entonces deciden dar
el primer paso. Se acercan, se presentan y la conversación fluye. De primera
impresión, esa nueva persona les ha caído bien. De alguna manera su
personalidad ha hecho match con la de
ustedes. Es entonces cuando deciden dar el segundo paso y empezar a
intercambiar información un poco más íntima: dónde viven, los lugares que
frecuentan, sus gustos y preferencias, etc. Te enteras además que esa nueva
persona tiene mucho poder económico, pero no le das importancia porque no fue
eso lo que te llamó la atención en primer lugar. Finalmente se despiden y cada
uno sigue su camino.
Al otro día te levantas y con la rabia
más digerida, no puedes evitar sentirte un poco mal. Tu pareja te conoce años,
te ha sido fiel, ha estado contigo en momentos buenos y no tan buenos, etc. así
es que lo piensas mejor y decides olvidar el episodio de ayer en el centro comercial
y justo en ese momento es cuando empieza tu peor pesadilla.
Enciendes el televisor y te parece
escuchar una voz familiar. Enfocas y aparece esta nueva persona que conociste
ayer en el centro comercial. A toda pantalla. A todo color. Hablándote
directamente a ti. Con una enorme sonrisa en los labios y haciendo gala de la
misma personalidad de ayer: amable, compresiva y compañera. No deja de repetir
que te quiere volver a ver y que el encuentro de ayer en el centro comercial la
marcó para siempre. Cambias de canal para ver las noticias y vuelve a aparecer
su cara. Apagas el televisor espantado, tiras el control remoto y te metes a la
ducha. Sales a la calle, enciendes la radio y escuchas su voz, nuevamente
hablándote de sus ganas de ser tu compañera amable y comprensiva. Caminas unas
cuadras y la ves en vallas, paneles y paraderos, siempre con la misma sonrisa,
sacas tu Smartphone y te llega un sms amable y comprensivo. ¿Cómo demonios
averiguó tu teléfono?, entras a Facebook para ver si a tus amigos les ha pasado
lo mismo, mientras esa persona te observa desde un banner.
Ahora regresemos al marketing y la
publicidad. ¿Qué personalidad creen ustedes que puede tener una marca que
piensa de la siguiente manera?: “Yo tengo el poder porque yo soy una marca. Yo
te puedo encontrar estés dónde estés, de mí no te vas a escapar ¿me oíste?.
¿Estás en tu casa viendo tu programa favorito?, pues ahí te mando este spot de
TV. ¿Estás en el transporte público? pues ahí te atajo con esta publicidad
exterior. ¿Estás escuchando música? Pues ahí te pongo la mención de radio. ¿Estás
en el cine con tu familia? Pues ahí te meto la edición de 1 minuto, ¿Estás
descansando en un parque? Pues ahí te va esta activación. ¿Estás en las redes
sociales? Pues ahí te pongo un banner”.
No importa cuántos grados tenga esa forma
de pensar, no se puede negar que visto de esa manera es un comportamiento
propio de una personalidad prepotente y arrogante. Son muchas las marcas que
aprovechando su poderío económico bloquean (en contra de su voluntad) todos los
puntos de contacto posibles con el consumidor y prácticamente lo obligan a ver el
mensaje de una marca. Además es ineficaz, ya que resulta utópico tratar de
bloquear todos los espacios en la vida de un consumidor. Ni con todos los
canales, radios, circuitos de vallas, paneles, banners, activaciones, etc. Se podría
lograr. Sino preguntémosle a un consumidor que haga una lista de las 10 cosas
que le gustaría hacer en un día y seguramente “ver publicidad” no aparecería ni
por asomo.
Las marcas tendrían que entender que si
logran meterse a la fuerza a una fiesta a la cual no han sido invitados, por
más que quieran demostrar a los asistentes que su personalidad divertida hace match perfecto con ellos, no pueden
olvidar su condición de “colados”. A lo mucho si hacen gala de sus destrezas
humorísticas, alguien al final de la fiesta podría decir “Qué divertido el tipo
ese que se coló a la fiesta ¿no?”.
Resulta imposible para el ser humano no
impregnar de cierta “humanidad” a sus distintas creaciones. El mismo Nietzsche
dice al respecto de la mayor creación humana: “Dios no nos creó a su imagen y
semejanza. Fuimos nosotros los que creamos a un dios a imagen y semejanza nuestra”.
De la misma manera podríamos afirmar que
al crearle una personalidad a las marcas, no podemos dejar de impregnarles
ciertas aspectos negativos de nuestra propia humanidad, como querer disfrutar
de lo bueno sin tener en cuenta “lo malo”, con el mínimo esfuerzo o sin pagar
el precio que se debería pagar.
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