martes, 10 de enero de 2017
Son las 23 con 59
¿Cómo estas, cuál es tu problema?
- Tengo miedo de no ser un buen artista
¿Es porque tienes miedo de no ser un buen artista, qué vienes a mi?
- Si. Tengo miedo de ser un artista malo y no saberlo.
Pareces estar bastante positivo.
- Al contrario, me siento muy negativo.
¿Dices que te sientes muy negativo?
- ¿Qué tal si no soy un buen artista y otros se ríen de mi por ser un mal artista?
¿Crees que sea probable que no seas un buen artista y que los demás se rían de ti porque no eres un buen artista?
- Creo que es posible.
¿Puedes explayarte sobre eso?
- Quiero ser verdaderamente consciente, quiero saber con certeza, si soy un buen artista o un mal artista.
¿Qué significaría para ti ser verdaderamente consciente?
- Significaría que estoy completamente consciente de todas mis acciones y de cómo me ven los demás.
¿Tus acciones y como te ven los demás?
- Quiero saber lo que los demás piensan de mi.
¿Por qué quieres saber lo que los demás piensan de ti?
- No puedo soportar no saber. Quiero saber la verdad.
¿Por qué crees que no puedes soportarlo?
- Entiendo la importancia de una verdad relativa, pero creo que quiero una verdad absoluta.
Supongamos que obtienes esa verdad absoluta…
- Significaría que puedo dejar de preocuparme… de… lo que no se…
El diálogo dura 12 minutos más, hasta que el estudiante de arte se da cuenta de que en realidad se está comunicando con una máquina y no con un ser humano. El hecho innegable de que podemos llegar a confundir a una máquina con otro ser humano, a desarrollar empatía con circuitos y dependencia emocional a los cálculos algorítmicos, lo demostró el profesor de informática del M.I.T. Joseph Weinzenbaum en 1964.
ELIZA fue un simple software que procesaba y calculaba ciertas reglas gramaticales para, en base a las respuestas, poder elaborar preguntas que daban la ilusión de sostener una conversación con alguien consciente, y no con un grupo de fórmulas, circuitos y cables. Si releemos el diálogo lo podremos notar con mas claridad.
Eran los primeros años del desarrollo de la computación y la informática cuando Weizenbaum levantó la voz de alerta y advirtió al mundo sobre sus peligros: un ser humano aparentemente normal y en completo uso de sus facultades puede ser fácilmente manipulado por un software y no ser consciente de ello.
Además de demostrar su hipótesis, añadió algo que llamó particularmente su atención: al finalizar el experimento; al develar la verdad y explicar que era un software en una computadora quién escribía las respuestas y no una persona, la gran mayoría de participantes se negaban a aceptarlo. Había una negativa rotunda y hasta ridícula de aceptar que habían sido manipulados emocionalmente por circuitos eléctricos y algoritmos matemáticos.
“No puede ser, yo le he revelado mis secretos y ella me ha entendido”,
“Imposible! Siento que en algún punto hubo una cierta conexión emocional”,
“No creo, una computadora no habría entendido lo que siento”
La lista es extensa.
El experimento fue publicado en la revista Communications of the Assosiation for computing machinery (Volumen 9), en enero de ese mismo año, pero a nadie le interesó. Era un tema desconocido e incómodo, que ponía en aprietos el insípido conocimiento que tenía la humanidad sobre los límites de la revolución tecnológica. Prestar atención a ese estudio era como parar la música de la fiesta, justo en su mejor momento. Menos aburrido y más divertido era celebrar el lanzamiento del sistema BASIC creado por Kemeny & Kurtz ese mismo año. Beginner´s All-purpose Symbolic Instruction Code era un lenguaje de programación que revolucionó las comunicaciones entre hombre y máquina, permitiendo que casi cualquier persona, con un mínimo de conocimiento, pueda programar una computadora. En esa época, que una persona común y corriente pudiese programar una computadora, era la prueba irrefutable del dominio del ser humano sobre la tecnología. Una tecnología que aparecía como el “jueguete nuevo” de la humanidad. Una humanidad que siempre ha dado muestras de incapacidad para ver lo malo en cualquier “juguete nuevo” que se le presente.
Ese comportamiento humano, demasiado humano, de querer disfrutar solo lo bueno sin tener en cuenta lo malo, nos ha acompañado por más de 5 décadas de avances tecnológicos. Avances que además han tenido la particularidad de ser exponenciales, es decir, de mostrar un crecimiento pequeño hasta cierto punto y de pronto crecer rápidamente. El canciller de la Singularity University en Sillicon Valley, Ray Kurzweil, llama a este fenómeno “Law of Accelerating Returns”, y sostiene además, que el crecimiento tecnológico exponencial es absolutamente contrario a la intuición con la que nuestros cerebros perciben el mundo. Un escenario muy simple ayuda a entender la ley de Kurzeil: imaginemos el progreso tecnológico en el período de un día. Nos despertamos a las 07:00 hrs. Desde ese momento hasta las 22:00 hrs, estuvimos entretenidos aplaudiendo y sonriendo, mientras veíamos como las máquinas trataban de imitar en todo al humano. A eso de las 22:01, unos pocos empezaron a cuestionarse si era correcto que las máquinas traten de imitar en todo a los humanos. Diéron las 23:59, algunos quisieron reaccionar, pero se acabó el día y las máquinas tomaron el control.
Hoy celebramos con la misma miopía de hace 50 años que la Inteligencia Artificial haya logrado crear a los bots conversacionales, software que en base a nuestro historial de posteos, comentarios, likes, compartidos, retuits, etiquetados, etc., puede hablar por nosotros en un grupo de chat sin que nuestros amigos y familiares lo noten, así como el estudiante de arte no notó que dialogaba con una máquina.
Compartimos alegremente las noticias y videos que muestran a científicos diseñando robots con capacidad para calcular, interpretar e imitar las expresiones humanas en una conversación en tiempo real, dotados de lentes (ojos) con la capacidad de captar hasta el más mínimo detalle de la expresión facial, los movimientos de la cabeza, los oculares y hasta las dilataciones de las pupilas.
Damos like cuando nos enteramos que la nanotecnología ha llegado a crear una piel electro sensible similar a la humana que permite a los robots controlar milimétricamente su fuerza de agarre para poder actuar de forma más delicada sobre objetos blandos o sensibles, como tomar de la mano a un humano por ejemplo.
Pero parece que nadie quiere darle compartir a lo evidente. La pesada sombra de la negación oscurece el descubrimiento de Weinzenbaum. Si un simple software de reglas gramaticales nos puede manipular, ¿que pasará cuando ese software hable como nosotros o como alguien que conocemos?, ¿cómo reaccionará nuestra psique cuando tengamos al frente a un robot idéntico a esa persona que perdimos hace muchos años, y que acaba de salir de una caja de Fedex?, ¿Qué pasará con nuestra especie si seguimos sin poder diferenciar entre una máquina y un humano? Muchos negaremos esta posibilidad escudándonos en que los robots nunca podrán desarrollar empatía, habilidad humana fundamental para las relaciones sociales, sin embargo ese escudo viene siendo martillado desde hace años por los científicos, como lo demuestra el investigador robótico David Hanson en “Robots that show emotion” en TED 2009:
“las máquinas se están volviendo capaces de matar ¿Verdad?. En esas máquinas no es necesaria la empatía. Muchos gobiernos gastan billones de dólares en eso. La robótica de la personalidad podría plantar la semilla para que los robots muestren empatía de verdad. Si además obtienen inteligencia a nivel humano o, muy posiblemente, niveles de inteligencia mayores que el humano, esto podría ser la semilla de esperanza para nuestro futuro… empezarás a creer que la máquina esta viva y que es consciente de las cosas…”
Si solo seguimos viendo lo bueno, lo entretenido, lo sorprendente y lo maravilloso de la tecnología sin analizar y sin generar conversación sobre sus aspectos negativos y cómo estos afectan directamente el comportamiento de nuestra especie, estaremos poniendo en riesgo nuestra propia humanidad.
No solo se ha demostrado que tenemos propensión a ser manipulados por las máquinas, sino que además existe una gran posibilidad de que éstas, terminen tomando decisiones por nosotros. Ya no necesitamos almacenar información y forzar al cerebro a recordar, porque los motores de búsqueda lo hacen por nosotros. Tampoco necesitamos las habilidades sociales para sostener una conversación cara a cara, las redes sociales nos permiten (y de paso nos acostumbran) a “editar” nuestras vidas, incluyendo las conversaciones en donde se puede escribir – borrar – escribir sin ningún problema, algo imposible en una conversación real. Y dentro de poco ya no necesitaremos tener un sentido de orientación o un “mapa mental” de la ciudad, nisiquiera saber manejar porque Google Car nos ahorrará ese trabajo.
El problema se complejiza aún más, cuando la ciencia demuestra que cada vez que las personas dejan que la tecnología haga algo por ellas y se acostumbran (desarrollan dependencia), el cerebro deja de lado esa habilidad. Recientemente del departamento de transportes de Estados Unidos de Norte América fue muy contundente al respecto: advirtió que la excesiva confianza en el piloto automático de los aviones hace que los pilotos “se estén olvidando de pilotear en manual” y hace pocos días el Parlamento Europeo publicó un informe, afirmando que la Inteligencia Artificial representa una amenaza para el futuro de la humanidad. Los parlamentarios advierten que los robots representan una amenaza para el empleo, la seguridad social y la "dignidad humana". El informe incluso advierte:
"existe la posibilidad de que en el espacio de unas pocas décadas, la Inteligencia Artificial pueda superar la capacidad intelectual humana de manera que, si no se preparó para, podría representar un desafío para la capacidad de la humanidad para controlar su propia creación y, en consecuencia, quizás también a su capacidad para estar a cargo de su propio destino y para asegurar la supervivencia de la especie "
No debería sorprendernos tanto. La tecnología a moldeado nuestras vidas desde siempre: La invención de la brújula por ejemplo, hizo que el navegante pierda poco a poco la habilidad de leer las corrientes marinas y los astros; la sinapsis entre las neuronas que permitían esa habilidad se fue apagando poco a poco, hasta desaparecer. Y hoy Instagram hace innecesario el conocimiento de saber mirar la realidad a través de un lente y capturar el momento. La tecnología nos entrega algo, pero también nos quita. Cuánto más entregamos a la tecnología, menos humanos nos hacemos, o dicho de otra manera; cuánto menos haga trabajar una persona su cerebro, menos cerebro tendrá.
No se trata de satanizar a la tecnología. Se trata de iluminar una parte del tablero que no estamos viendo o que no queremos ver, que en última instancia, es lo mismo. La tecnología al servicio del ser humano es una herramienta poderosísima con límites insospechados. Pero el ser humano al servicio de la tecnología, solo tiene una dirección y es hacia la extinción de la especie. Lamentablemente el panorama es desolador cuando leemos que Japón para el 2030, predice que el 50% de sus trabajadores serán robots.
No hay que imaginar como esto puede terminar afectando a la publicidad y el marketing, porque ya lo está haciendo. De hecho una agencia de publicidad en Japón tiene a un robot de Inteligencia Artificial como Director Creativo. Un robot con la capacidad de almacenar todas las ideas, de todas las categorías, de todos los festivales de publicidad y marketing del mundo. Que almacena millones de estrategias creativas y millones de recursos nunca antes vistos por el ojo humano, que sabe lo que las personas están hablando o buscando en ese mismo momento en la web. Un robot que puede aprender de las experiencias sus pares humanos y de toda la dinámica del proceso de una agencia de publicidad. Un director creativo capaz de generar miles de posibles ideas para las marcas que maneje, durante las 24 horas del día, sin vacaciones ni descanso. Seguramente, más de un Gerente de Marketing levantará la ceja en señal de interés y sonreirá al leer esto, pero la sonrisa se le borrará rápidamente cuando llegue a la conclusión de que entonces, no estaremos tan lejos de desarrollar un robot de inteligencia artificial que sea Gerente de Marketing. Con la capacidad de almacenar las millones de estrategias de marketing, de todas las categorías de productos y servicios de todo el mundo. Que pueda tener acceso en milésimas de segundo a todas las teorías de marketing creadas por el hombre y cruzar esa información con los departamentos de investigación, desarrollo y ventas. Que pueda evaluar y validar todas las opciones que el Director Creativo de Inteligencia Artificial le presente, soportados por los billones de estudios, data y resultados de focus groups del mundo entero. La publicidad empezaría a ser una fórmula algorítmica. Una fórmula que sobretodo, brindará 100% de seguridad a la inversión económica. Para algunos, un sueño hecho realidad.
Al otro lado de todos estos posibles escenarios, que pertenecen más al territorio de la ciencia que de la ficción, encontramos a los consumidores. A quienes el marketing y la publicidad le deben su existir. De hecho, sin consumidores que puedan elegir, el marketing y la publicidad no tendrían razón de ser.
Hay una pregunta incómoda que flota en el aire cada vez que vemos una película de ciencia ficción, sobretodo las que tocan el tema de un futuro dominado por las máquinas: ¿Por qué nunca se ve a alguien de marketing o publicidad en esas películas?. La respuesta podría ser más incómoda aún: ante una humanidad completamente autómata, hipnotizada y dominada por la máquina, la técnicas de persuasión son completamente inútiles. Es el software el que elige por nosotros, y al software, una campaña 360 multipantalla validada en Focus Group, le importa muy poco. ¿Estaremos lo suficientemente despiertos como sociedad, para poder regular las motivaciones comerciales, políticas, intelectuales y éticas de las personas que creen esos software?
Lo que menos necesitamos como especie es regalar nuestra humanidad a la máquina. Es responsabilidad de nosotros como comunicadores, mantener al ser humano, humanizado a través de la tecnología. Es una pequeña variación en la fórmula que asegura nuestra existencia. No se trata de conectar al ser humano con la tecnología. Se trata de conectar al ser humano con su propia humanidad, a través de la tecnología.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario