martes, 4 de julio de 2017

El próximo retador.



Estamos sentados en la primera fila de asientos frente al ring de box. Es una pelea por el título mundial. El actual campeón, al medio del ring, levanta los brazos mientras los flashes rebotan en su cinturón dorado. Se llama René Descartes y se hizo campeón en 1640 aproximadamente, arrebatándole el título a Anselmo de Canterbury, de la escuela Escolástica, que imponía la fe sobre la razón desde el año 1070.

Todos los asistentes queremos ver a Descartes defender su condición de campeón con la misma energía con la que venció a Canterbury. Un enfrentamiento histórico que dio como resultado: Pienso(1) luego(2) existo(3). Una letal combinación que se recuerda hasta el día de hoy y que fundó las bases del Racionalismo. La razón por sobre todas las cosas, los sentimientos y las emociones son distractoras e ilusorias y no deberían tomarse en cuenta para llegar a conclusiones o tomar decisiones.

Ahí está el campeón, saltando confiado al medio del ring. Lleva años sin que le quiten el título, unos 250 aproximadamente. Todos estamos ansiosos por conocer al valiente que decidió contradecirlo. De pronto, se apagan las luces y empieza a sonar “Así habló Zaratustra” de Strauss. Al fondo, aparece una comitiva en fila india encabezada por el retador encapuchado en dirección al ring. Cuando el maestro de ceremonias lo presenta, el retador se descubre. Es William James, profesor de Psicología en la universidad de Harvard y lleva tatuada en la espalda la frase “Empirismo Radical”. Su entrenador es el danés Carl Lange.

Mientras Descartes analiza a su oponente, el maestro de ceremonias continúa:
“…el retador William James, intentará convencernos de que son los estímulos los que provocan reacciones fisiológicas, y que éstas provocan las emociones…”. Hasta ese momento el sentido común indicaba que los estímulos provocaban las emociones y éstas, las reacciones fisiológicas.

Descartes solo sonríe y mueve circularmente el guante derecho a la altura de su sien, mostrándole al público su opinión sobre lo que pretende demostrar James. La audiencia clama al René poderoso y este aprovecha para preguntar en voz alta: “¿eso quiere decir que no lloramos porque tenemos pena, sino que tenemos pena porque lloramos?” y empieza a reír. El público hace eco de su risa. De pronto, pide silencio para dar su golpe de gracia: Pienso(1), luego(2) existo(3). El público estalla. James es retirado exhausto por sus compañeros de equipo.

Un René Descartes empoderado, envalentonado por retener el título y con los ojos inyectados de razón, decide hacerse del altavoz y retar a cualquier persona del público para que intente vencer su indestructible combinación.

Pasan 100 años, hasta que se pone de pie un portugués de mediana estatura, lentes y pelo blanco. Le entrega a su esposa su premio Príncipe de Asturias a la investigación científica, los lentes, el saco y levanta su maletín de documentos dirigiéndose hacia el ring en donde un desconcertado René Descartes lo espera. El maestro de ceremonias le pregunta su nombre. Todos escuchamos por los altavoces una voz cálida y amigable que dice: António Damásio.
El médico neurólogo Damásio sin doblarse las mangas de la camisa, saca de su maletín su reciente hipótesis publicada “El error de Descartes”. René deja de saltar y abre los ojos como nunca antes.

Damásio comprueba con estudios científicos que el Pienso(1) luego(2) existo(3) ha sido un error durante todo este tiempo. Que con el pasar de los años, la ciencia llena los vacíos del conocimiento que la ignorancia taponea con creencias y suposiciones. Siento(1) luego(2) existo(3), Sentencia Damásio, dejando caer pesadamente al medio del ring las pilas de documentos científicos y pruebas médicas, que avalan su postura de que gracias a que sentimos y nos emocionamos podemos pensar y actuar, o sea, existir.
René Descartes se tambalea mareado agarrándose la cabeza, pero Damásio no está interesado en dar el golpe de gracia y se retira.

Nadie es capaz de defender a Descartes. Ningún racionalista se atreve a ocupar su lugar y contradecir la abrumadora evidencia de la ciencia. A René Descartes solo le queda esperar el golpe de gracia.

17 años después un nuevo retador se pone de pie, deja sobre su silla su premio Nobel de economía y se sube al ring. El maestro de ceremonias lo presenta como el psicólogo americano-israelí Daniel Khaneman. Vale la pena repasar esos momentos de la pelea en cámara lenta: Khaneman ataca con su teoría de la división del cerebro humano en dos: sistema 1 y sistema 2. El primero encargado de la parte emocional e intuitiva y el segundo, de la parte racional. Ambos formando una especie de embudo, en dónde la boca más ancha, en la parte de arriba, esta el filtro emocional y en la parte de abajo, en lo más angosto, el filtro racional. Descartes es retirado en camisa de fuerza debido a las convulsiones. Khaneman se encuentra solo en el ring agitando la publicación de su hipótesis y demostrando cómo el 95% de las decisiones que tomamos en nuestro día a día, las hacemos con el sistema 1, es decir, con el cerebro emocional e intuitivo y no involucran la razón.

Khaneman lleva 6 años como campeón indiscutible, demostrando que lo que guía la mayoría de nuestras decisiones y nuestros comportamientos es nuestra parte emocional, no nuestra parte racional. Que decidimos conforme a como nos sentimos, aunque a veces, no podamos ser conscientes de ello.

Al parecer no queda ningún cartesiano para enfrentar a Khaneman, sin embargo, una simple mirada a la industria publicitaria, en dónde el 95% de la comunicación de las marcas parece estar hecha para el sistema 2, podría darnos una clara señal de a dónde se fueron todos. ¿Alguno querrá subir al ring?.